Desde tiempos remotos, las telas japonesas han sido confeccionadas con distintas plantas: la banana y el cáñamo son algunos ejemplos. Uno de estos materiales antiguos es el fujifu, una tela fabricada con las ramas de las gilicinas japonesas, pero lamentablemente, después de la aparición del algodón, su producción disminuyó hasta desparecer.
Sin embargo, en 1986 Masao Koshihara, un artesano de tercera generación especializado en chirimien, una seda de alta calidad, decidió restaurar la técnica tejiendo un obi y así reinició la producción.
Unos años después la técnica fue reconocida por el gobierno japonés como “Bien de Interés Cultural Inmaterial”, dándole de esta manera una reconocimiento que evitará su pérdida.
Proceso:
Las ramas de la gilicina se recolectan de abril a junio y se dejan secar para poder extraer la fibra de la corteza del árbol.








Las fibras extraídas se hierven y a continuación son lavadas en el río. Después de este proceso, se unen para crear el hilo con el que se tejerá la prenda. Una de las características principales es la ausencia de nudos que dan al tejido un acabado final más fino.
Algunas de las maravillosas piezas:




Además de su moderno trabajo la empresa creada por Koshihara, Yushisha, también ofrece la oportunidad de participar en la producción mediante talleres.
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